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Tiene el aspecto de la almendra, por el color y la forma de su semilla. Su olor también es muy parecido e inclusive asemeja al de la vainilla, pero en comparación con estas (la vainilla y la almendra), su aroma es más intenso, más dulce, más agradable, más penetrante, cual perfume de mujer elegante, como debe ser el olor de la grandeza.
La sarrapia tiene el bouquet para los momentos de pureza, así como el dejo olfativo característico que dejan aquellos instantes de majestad y alegría, de esos que sólo se pueden comparar con un gran amor. Un amor como el de la historia que apenas al entrar a esta turística y plácida hacienda, de nombre original, sólo me pueden hacer evocar lo imponente, la belleza, el garbo, lo impecable, tierno y dulce de Thaís Cecilia.
Ella y la Sarrapia, la Sarrapia y Thaís. Ambas tienen características que las conectan, elementos que las unen y las identifican, porque ambas son excelente compañía y muy apetecidas en momentos tan importantes como el de la gastronomía. Y así como no pueden faltar cuando vas a disfrutar de los instantes que te regala la alta cocina de la actualidad, tampoco puedes prescindir del atrapante perfume que despiden.
Las dos son semillas, materia prima fundamental de exportación. Exquisito ingrediente principal para la industria de las fragancias, de la perfumería global, plantas que además de darle nombre al hermoso lugar que visité, también representan recuerdos invaluables e inolvidables de un lugar que significó mucho para mí y fue morada de grandes vivencias, así como de un intenso amor que por corto tiempo reflejó a ese otro yo literario que estaba dormido y aletargado .
Ya con esa introducción, debo reconocer que indudablemente la Hacienda Sarrapial es el icono conector o la carta de presentación que me acerca o recuerda lo más bello del gentilicio de los llanos orientales monaguenses. Y es que estos Sarrapiales, enclavados muy cerca del casco central de Maturín, no sólo conforman un sitio turístico más a ser visitado, es también un oasis ambiental que invita a la recreación.
Parque temático y remanso para el descanso y la reflexión, pero que por sobre todo es un muy importante legado de nuestros orígenes como país, de nuestra historia colonial nacional, así como un ejemplo del potencial comercial y de progreso que siempre hemos tenido los venezolanos.
Nada más al entrar a esa boscosa zona donde está situada la Hacienda, se van a encontrar con una imponente casona que inmediatamente les ubica en la Venezuela Agrícola de mediados del Siglo XIX, esa que aunque ahora no cuenta con aquellas 530 hectáreas que tenía en sus años de esplendor, no es difícil imaginarla en toda su dimensión y capacidad.
Enfoco mi ejercicio imaginativo en la agilidad y exigencia de Doña Leovegilda Rebollo de Salazar (esposa del dueño de la Hacienda), quien en este particular relato de la historia tiene el rostro, la figura, belleza, astucia, inteligencia y don de mando de Thais Cecilia, a quien veo en el proceso de inspección de las zafras, aquellas tan productivas que daban las 614 plantas de sarrapia con las que llegaron a contar en sus amplias instalaciones coloniales.
Me la imagino minuciosa, intachable e impecable, perfectible por demás, como la propia esencia que siempre emana TC.
Me imagino también a los 1500 empleados de la hacienda, rigurosamente censados y organizados en cuadrillas, siempre según las capacidades de cada uno para atender a las otras diversas áreas de producción que llegó a tener esta connotada plantación, una de las más productivas e importantes no sólo del oriente del país, sino de la Historia de nuestra Venezuela Colonial.
En eso andaba, en imaginarme el comienzo de una faena de trabajo en ese enorme emporio que ha debido ser Sarrapiales, cuando un niño de uno de esos tantos planes vacacionales que regularmente visitan esta típica casona, se me acercó y halándome del pantalón, me pidió que le mostrara la tableta electrónica con la que yo me encontraba tomando fotos y redactaba los primeros párrafos de esta nota.
Yo estaba distraído tomando fotos y buscando información en internet, ya que en la información que suministraban los guías se indicaba que la casona principal estaba construida por sus dueños, como modelo o réplica de la Casa del Libertador Simón Bolívar en Santa Marta, Colombia.
Mientras le prestaba la tableta a los niños para que tomaran fotos y jugaran, me senté en uno de sus grandes y cuidados jardines, y por un momento me fui de la realidad hasta adentrarme en esas imágenes en las que Don Epaminondas Salazar, terrateniente y gran potentado de la hacienda, pasaba lista con asiduidad a sus cuadrillas de peones.
No duró mucho ese viaje en el tiempo, y pasé de esos instantes en 1830, en los albores de nuestra independencia, de los primeros pasos hacia nuestra soberanía nacional, a centrarme de nuevo en las inquietudes y requerimientos del niño, ese que quería ver las fotos. El muchacho tenía una gran curiosidad y quería observar de cerca aquello que redactaba, lo que hacía, además de jugar con mi herramienta de trabajo.
Y cómo hacía un calor extremo, pensando también que todavía faltaban algunas horas para ir al encuentro de Thais Cecilia, para aquel que sería nuestro primer almuerzo juntos en tierras monaguenses, y muy en sintonía con lo que ha debido ser el día a día de la rutina mercantilista de este lugar, le propuse al niño, Luis Eduardo llevaba por nombre, un intercambio o trueque que consideraba justo.
Yo le prestaba y le permitía jugar con mi tableta, si a cambio me daba un vaso de papelón con limón, o en su defecto otro de refresco, de esos que tenían dispuestos en varias jarras a la sombra de un gran morichal, y que estaban destinados para refrescar a los niños luego de los interminables juegos que les hacían en el plan vacacional.
Hecho el trato, al cual tuve que recurrir motivado a que no hay sitios de expendio de comidas para los turistas que visitan el lugar, ya sin tanto calor y habiendo mitigado la sed, me senté en la grama a pensar en las Cuadrillas de Sarrapia, esas que seguramente se encargaron por años de extraer la preciada semilla para la elaboración de los perfumes, cosméticos, remedios farmacéuticos y otros productos de igual importancia.
Acto seguido me imaginé las Cuadrillas de Aserradero, ya que hay muchos árboles de gran envergadura a lo largo de todo el complejo, los cuales han debido haber sido talados por siglos con ese fin. Me los imaginé encargándose de la elaboración de mesas, sillas, puertas y urnas con las que proveían, no sólo a las casas de la Hacienda, sino a otros hacendados y compradores en general.
Quien pudiese ver trabajar hoy a las Cuadrillas de Caña, de las que han debido ser de las más altamente calificadas, ya que se encargaban de producir el muy afamado ron “Las Piñas”, ese que siempre fue añejado en las barricas de la Hacienda, el cual casi no pudo disfrutarse por muchos años en territorio nacional, ya que era exportado a diferentes lugares de Europa.
Ya a esa altura de mi visita tenía suficientes fotos y elementos para redactar esta publicación, y además se acercaba la hora de ir a comer, cuando ese automático sincronismo que hay entre los enamorados se hizo presente al sonar la canción de repique de mi celular, esa que tengo sólo dispuesta para las llamadas de Thais Cecilia.
Del otro lado del auricular ella me hablaba con su hermosa voz de contraalto, esa con la que me recordaba que en medía hora se desocupaba para vernos. Era tanta mi hambre, mitigada sólo por el amor a una dama y al paisaje contemplado, que mientras ella hablaba, yo me la imaginaba como parte de las Cuadrillas del Trapiche de la Hacienda.
En ese sitio Thais Cecilia aparecía otra vez como protagonista principal, pero esta vez de la producción de la melaza, la que luego cocinarían en grandes pailas para la obtención de las deliciosas y más famosas panelas de papelón.
De igual manera vislumbré a aquella flaca tremenda siendo parte de las Cuadrillas de Apicultura, imagen en la que me pareció chistoso pensarla laborando como parte del pequeño «Apiario del Sarrapial», ese en el cual la proyectaba haciendo la excelente miel, también embadurnada en ella, debo decirlo, y que por muchos años, gracias a la Hacienda, se comercializó en el oriente del país y en toda Venezuela.
Como en cascada se vinieron el resto de las imágenes, tal vez por el deseo de que pasase el tiempo rápido y así poder acudir a mi cita. Aparecieron de repente las Cuadrillas del Tabaco, ese producto que imagino que a pesar de ser producido en grandes cantidades, más bien era usado como sistema monetario dentro de la Hacienda.
Tenía mucho sentido que lo usaran como una especie de sistema de pago para los empleados, porque así les podían intercambiar o vender el tabaco en los pasillos, a un costo que siendo bajo (de dos bolívares por paca), igual les generaba ganancias. Como secuencia inmediata se me vino la imagen de las Cuadrilla de Fabricación de Tejas y Ladrillos, en donde se elaboraba un producto tan necesario en la construcción y ampliación de la Hacienda.
Tan productiva y rentable era la Hacienda Sarrapiales, que de las tejas y los ladrillos se vendían sus excedentes a otros particulares y hacendados aledaños.
Aunque en el ahora museo en que se había convertido esta hacienda, antiguamente majestuosa, no hubiese el terreno suficiente para hacer reproducciones a escalas de su sistema de cuadrillas, igual quise hacer el ejercicio mental de imaginarme como habría sido la el trasegar diario y la administración de las dos últimas cuadrillas que constituían a Sarrapiales.
Me refiero a las Cuadrillas de los Cereales, las cuales estaban íntegramente compuestas por mujeres y niños, quienes recolectaban y clasificaban los granos de maíz, las caraotas y el fréjol, entre otros granos, así como las Cuadrillas de Saques, esas que imaginé a las que ningún empleado quería ser enviado, por lo engorroso por lo forzado de su trabajo, ya que allí se recolectaba de los saques, la arena, la granza y las piedras picadas, así como otros materiales utilizados para la construcción y la ampliación de la Hacienda.
Estaba imaginándome a los peones cargando los inmensos sacos con material para construir por un lado, y de sarrapia por el otro, cuando Luis Eduardo me despertó de mi sueño en la grama.
Ya su campamento vacacional estaba por irse y venía a entregarme la tableta. Vi la hora y me di cuenta que faltaba muy poco para ver a mi amada Thais Cecilia, por lo que le agradecí en volandas y corriendo al carro sólo tuve oportunidad de apuntar en la tableta que debía finalizar mi escrito con algún poema, algún párrafo poético sobre la Sarrapia que me quedó grabado en el alma, y que se amolda perfectamente, no solo a este ensayo sobre la hacienda, sino a la bella flaca en que se inspiró todo lo escrito.
“Más rica y más hermosa no pudiera,
forjarte el vuelo de la fantasía:
Orinoco te rinde pleitesía,
Y aroma el sarrapial tu cabellera.»
(Matías Carrasco).